viernes, 3 de junio de 2011

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abstract:

GEO 44.11 is an experimental artistic project that explores the “sound identity” concept. Through the Sound Art language and its procedural displacement, this work is centered on the relation of sound with territory, memory, patrimony and local identity.This project, which takes place in the cultural spaces of Curacautín, Victoria and Carahue, three cities in the south of Chile, consists of a sound intervention of public places with phonographic creations, digital resources, noise and objectual pieces that are also part of a sound art installation.
By requiring silence, sensible listening and soundscape, Geo 44.11 offers an opening to the sound phenomena inherent to our life and decisive in the way we live in society and experience the world.

jueves, 2 de junio de 2011

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LUGAR Y SONIDO


Entorno sonoro.


Dentro del ámbito que abarca nuestra escucha cotidiana, ¿cuántos sonidos provienen de la naturaleza y cuántos se deben a la civilización o a la tecnología? El fenómeno sonoro tal cual lo entendemos hoy es indisociable de la tecnología. Baste considerar la importancia de aquella que permite hacer el registro sonoro o la que reproduce esa grabación para ser escuchada. Sin una ni la otra la relación del hombre con el sonido no sería la misma. Lo que caracteriza los artefactos para grabar o reproducir sonido es, precisamente, el estar diseñados para el sonido, como es el caso del teléfono, grabadoras, radios, televisores, etc. los que generalmente se orientan a la escucha de la voz humana y la música en la cotidianidad.

De un modo parecido, hay otros artefactos cuya función radica en la capacidad de sonar pero que a diferencia de aquellos que son de uso habitual están hechos para sobresaltar, para avisar y alertar algo. Es el caso de las alarmas cuya función se reduce a sonar en el momento preciso en que ocurre o debe ocurrir algo. Lo mismo para los relojes o timbres. Las alarmas vienen a ser marcas sonoras que irrumpen en el tiempo cotidiano, nos hacen poner la atención en algo urgente, son las llamadas de lo que no puede esperar. En este caso el sonido opera de manera indisociable del estar alerta mediante el aviso de algo que no vemos, tal como ocurre con el timbre con el que avisamos nuestra presencia marcando nuestra llamada.

Sin embargo, a diferencia de estos objetos que están definidos por su función sonora hay innumerables aplicaciones tecnológicas que no han sido pensadas para sonar y que, aún así, una vez que son puestas en funcionamiento es inevitable que las escuchemos. Es el caso del sonido de los motores presentes en juguetes, artefactos domésticos, herramientas, vehículos, industrias, etc. En este caso el sonido no nos llama la atención por avisarnos de algo en particular, nos es indiferente pues no indica nada con urgencia ni tampoco nos transmite información. El sonido es un exceso, un residuo, de la función de dichos artefactos. Se trata de un sonido continuo, sin referencia en la naturaleza y cuyos orígenes se remontan a mediados del siglo XVIII, en los comienzos de la industrialización y sobre todo con el desarrollo de la energía eléctrica y el uso de combustibles fósiles. Desde la invención del motor y la electricidad se ha producido un cambio radical e irreversible en el entorno sonoro del hombre. Este cambio que parte con las primeras máquinas, los motores a vapor y las primeras industrias marca la evolución de los entornos sonoros hacia una extendida uniformidad a escala global y cuyo referente principal es el rumor sonoro de la gran ciudad. El murmullo de la ciudad, el continuo sonoro urbano, es la expresión sonora de la complejidad moderna. La ciudad como lugar habitado tiene una sonoridad propia articulada a partir de múltiples fuentes sonoras (motores, pavimento, música, alarmas, industrias, etc.) que se funden en un continuo sonoro resultado de la evolución humana, tal como en la naturaleza lo es el viento, el río o el mar.


Identidad: patrimonio y proyecto.


En algunas personas que provienen de una ciudad compleja y llegan a zonas poco urbanizadas es común sentir sueño y cierto desasosiego ante la ausencia del continuo sonoro de la gran ciudad. Es lo que afirman quienes llagan, por ejemplo, de Santiago a Curacautín, sintiéndose en cierta manera afectados también por el verde de los árboles, pero sobre todo por el silencio omnipresente. La habituación o extrañeza ante determinados estímulos sonoros nos habla de la pertenencia a un ámbito sonoro específico y de la capacidad de identificar lo extraño en lo familiar. Esto queda claro en la diferencia entre urbano y rural pero también al interior de la ciudad misma, pues la ciudad es en sí el espacio de las diferencias y la complejidad. Es un trazado físico-territorial donde se da cita la diversidad y por lo tanto podemos encontrar diferencias al interior de esa sonoridad homogénea, dependiendo del lugar en que nos encontremos y lo atento que estemos a los sonidos del entorno próximo.

La identidad es indisociable del modo de habitar un lugar y por tanto posee un carácter evolutivo, pues la experiencia no sólo involucra la memoria sino que está inmersa en el dinamismo que conlleva las transformaciones del entorno. La identidad no es sino el resultado de la tensión que se establece entre una memoria sonora y una escucha futura o proyectada. Es un proceso dinámico tanto en las periodicidades cíclicas de cada día o de cada estación, como en la progresiva evolución social y espacial de un lugar. (R. Atienza, Ambientes sonoros urbanos: la identidad sonora. Modos de permanencia y variación de una configuración urbana. Centro virtual Cervantes: cvc.cervantes.es). De este modo la identidad se entiende a partir de dos orientaciones: una derivada del recurso a la memoria y el pasado y otra proyectada desde el presente al futuro.

A pesar de la penetración avasalladora y homogenizante de la globalización en todo el orbe, es innegable -y altamente valorada- la identidad patrimonial como la diferenciación más clara de los distintos entornos sonoros, especialmente a escala local. En la identidad patrimonial hay hitos sonoros que son rápidamente reconocidos por el colectivo al que pertenecen. Se trata de elementos sonoros característicos del lugar y que se pueden distinguir sin dificultades, pues hablan de un contexto preciso, de una memoria compartida en un territorio. Tal es el caso de las señales sonoras que marcan la temporalidad del lugar, como la sirena de una fábrica o las campanas de la iglesia, o el paso del tren.

Frente a esta forma de identidad Patrimonial surge otra que podríamos llamar identidad Ordinaria, la cual deja de estar referida a un contexto específico y se vincula con otros espacios y otros momentos caracterizando configuraciones urbanas genéricas. Más que describir lo propio de un lugar la identidad ordinaria permite ver analogías y divergencias entre diferentes formas de habitar y su campo por excelencia es la gran ciudad. Con ello se llega casi invariablemente a una concepción de la identidad como la pertenencia a un mundo complejo y global, donde el margen último lo da el planeta, una complejidad específica e indiferenciable en los sonidos urbanos, por ejemplo, de un extremo a otro del mundo, como la escucha en los aeropuertos, el metro, los centros comerciales, hospitales, escuelas, etc.

Para entender esto hay que comprender que hablar de identidad no significa únicamente hacer referencia a rasgos específicos de una cultura o cualidades de un pueblo en un determinado momento histórico. La identidad es eso y mucho más y no puede reducirse a la enumeración de elementos sonoros compartidos o propios de un lugar o comunidad. Por el contrario la identidad vive en la inestabilidad de esos elementos, en la problematización constante y reflexiva de los vínculos entre cada uno de esos elementos con lo contemporáneo (procesos tecnológicos, económicos y socioculturales globales). La identidad es reflexión, es un proceso y no un resultado, una exploración y no una descripción, una búsqueda y no una adscripción, una tensión entre lo que se dice que se es y lo que realmente se es. Mediante el arte se pone en juego la problematización de la identidad y de aquello que somos apelando a distintos lenguajes y medios, experimentando en lo temporal y espacial. En el caso del sonido esta reflexividad pasa primero que nada por una escucha atenta no solo de nuestro entorno sonoro inmediato sino que también de aquellos lugares donde los sonidos nos son menos familiares.


Dar a oír.


Geo 44.11 no es la culminación de un proceso creativo o investigativo, sino todo lo contrario, es el comienzo de un recorrido a través del arte en un contexto amplio, donde la experiencia local forma parte de un entramado global complejo y abierto cruzado por cambios a nivel de la tecnología, las comunicaciones, el mercado, la política, el arte, etc. En los márgenes que establecen estos cambios resulta apropiada la detención para ver(se) y escuchar(se) con tal de afrontar los nuevos escenarios y complejidades del mundo y, quizás, participar de ellos de manera más consciente.

La posibilidad de operar en la identidad de un lugar desde el sonido se ajusta al sentido de comunicar ese lugar desde su relación con lo sonoro. Para hacer evidente esta relación se recurre al lenguaje artístico interviniendo el espacio con medios sonoros. En este sentido resulta necesario preguntarse por la acogida que ofrecen los espacios culturales institucionales a propuestas donde prima lo sonoro. La tecnología permite sobrellevar hasta cierto punto las carencias en espacios que nunca fueron pensados para ese tipo de trabajos, ni siquiera como contendores o propiciadores de una sonoridad específica. Entonces, ¿Cuál es la vinculación de estos espacios culturales, institucionales con el entorno sonoro próximo? ¿De qué manera la arquitectura de estos espacios se abre a las posibilidades de una sonoridad específica? Preguntas difíciles de responder al constatar que en la arquitectura, como en casi cualquier actividad humana, lo sonoro ocupa una ínfima parte de nuestra atención si se compara con la vista. Aún así, hay preguntas que surgen en el fenómeno sonoro no tanto como un lenguaje específico, con mayor o menor autoreferencia como disciplina artística sino más bien como una apertura, una posibilidad de ampliar el orden de sentido compartido y proyectado por una sociedad.

Patrick Medina Q.

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miércoles, 1 de junio de 2011

Chorrillos St._ Intervención Sonora:





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SONIDO ESPACIO E IDENTIDAD.

El sonido posee un papel determinante en la representación mental del espacio, ya que contribuye de manera decisiva a la integración y aprehensión del mismo. Entre el espacio y las vidas de las personas se desarrollan significados particulares que establecen conexiones no sólo físicas sino también sociales, culturales, geopolíticas, etc.


Todo sonido tiene su historia cultural para contar. El sonido es la “voz” de una sociedad, de un paisaje, de un medio ambiente.

Nuestra existencia está vinculada al sonido; cada situación, cada época de nuestras vidas posee un sonido de fondo… un telón sonoro que forma parte de nuestra experiencia emocional y cuya sola audición puede detonar la evocación y el recuerdo, contribuyendo al vínculo y (re)significación de los diferentes lugares en los que hemos estado y desarrollado nuestras vidas.

Tales significados y sus expansiones implican lo que podríamos denominar la identidad sonora de un lugar, es decir el punto de inflexión y contigüidad remota que determina la identificación de los habitantes con el (su) espacio sonoro.

Dicho de otro modo, el espacio urbano en su multiplicidad de estímulos produce ambientes y entornos sonoros bastante diferenciados entre sí, como la plaza, el colegio, la feria o el terminal de buses, cada uno dotado de su propia serie de sonidos, emergencias y perturbaciones acústicas, que les confieren a estos espacios una localización específica y sui generis en el damero mental y emotivo con el que sus habitantes. internalizan la ciudad.


GEO 44.11 parte de la idea de que los espacios públicos suenan, ofreciendo a los oídos del perceptor una atmósfera sonora particular e identificable que retroalimenta su sentido de pertenencia… de pertenencia a un espacio ubicuo en la memoria individual y colectiva con el que se establecen múltiples relaciones de apego y territorialidad en la medida de que dicho lugar responde al sentimiento de permanecer reconocible, representativo y cotidiano.


Ambiente Sonoro:


El termino paisaje sonoro, o soundscape, se define como la manifestación acústica del lugar. Corresponde a la suma de todos los sonidos dentro de un área determinada y refleja las condiciones sociales, políticas, tecnológicas y naturales de tal espacio. Si comprendemos los significados del sonido comprenderemos lo que un lugar, una sociedad están diciendo acerca de sí mismos. (Westerkamp, 2002).


En un ambiente o paisaje sonoro natural muy pocas veces un sonido enmascara o se superpone a otro, posibilitando así una mayor profundidad del campo audible en virtud de su silencio. En terminos de Murray Shafer y del equipo del proyecto Paisaje Sonoro Mundial, un ambiente sonoro de este tipo configura lo que ellos han denominado un Paisaje Sonoro de Alta Fidelidad o HiFi, vale decir, un continuo sonoro en armonía con los ritmos y los ciclos naturales que hacen del habitar humano una verdadera metáfotra tribal en donde la aldea es localizable en función de su horizonte acústico, ósea, en el área o dominio sonoro ocupada por aquellos sonidos que sus habitantes reconocen como propios y como propios del lugar y que les otorgan la sensación de amplitud mental, ubicuidad, colectividad y pertenencia.


En el caso contrario, un ambiente sonoro propio de la gran urbe, uniformizado por el sonido de motores, alarmas y el bullicio de multiples fuentes tratando de sobresalir ante las otras, el paisaje sonoro se manifiesta como una espesa trama de sonidos que en términos del equipo de M. Shafer configuran el llamado Ambiente Sonoro de Baja Fidelidad, o LoFi y cuya complejidad perceptiva deriva de una sobresaturación de estímulos sonoros que interrumpen y dificultan la apreciación del ambiente, como si un muro se cerrara a nuestro alrededor apartándonos del entorno y reduciendo nuestro horizonte acústico hasta un nivel tal que ya no oímos ni siquiera nuestros pasos al caminar, la respiración o el roce de nuestras ropas al movernos. Presas del ruido vamos replicando nuestra sordera e individualismo ante el mundo, la realidad, la familia y los otros…


Es un hecho que el paisaje sonoro de la actualidad es claramente una fusión de los ambientes hifi y lofi, un entramado cuya influencia se disemina por la ciudad de manera variable posibilitando la emergencia de rincones y entornos diversos en los que la reverberación de un pasillo, la quejumbre de un puente o los ecos de un estacionamiento subterráneo coexisten y armonizan con el oleaje de un muelle, el deslizarse de un río, el rumor de una industria o con el bullicio de la feria.


En nuestro campo de pruebas por ejemplo, el trino de los pájaros, el río, la lluvia y el viento se mezclan con los sonidos de la infancia y los oficios; el tren, la zapatería, el carretón, la curtiembre y el molino se funden –y sucumben- con el sonido de motosierras, camiones y maquinarias forestales y también con las emisiones tecnológicas de una postmodernidad inconclusa y fragmentaria que en su diacronía y suspensión connota a fin de cuentas el entorno sonoro de la (g)localidad y su periferia obsecuente.


Ruido, Cultura y Silencio:


Para el investigador Detlev Ipsen el ruido no es otra cosa que un estímulo sonoro que provoca frustración en el oyente. Por ejemplo, leer, escribir, estudiar, dialogar o dormir suelen ser procesos que se ven dificultados por un exceso de volumen o por la estridencia de una emisión sonora. No obstante, una disposición a la escucha también hace del ruido un estimulo estéticamente apreciable.


Los indicadores de ruido y silencio sólo pueden entenderse en un marco de referencia cultural. Es la cultura la que define el sistema bajo el cual se desarrollan las formas de comunicación y es la cultura también la que define el volumen aceptable o la fidelidad aceptable de una emisión sonora.


Individualmente, nuestros gustos y disgustos tienen mucho que decir. Los ambientes sonoros que buscamos o evitamos, por lo que nos exita o nos frustra, operan como condicionantes de la situación perceptiva. Lo que es ruido para algunos no lo es necesariamente para otros.


Probablemente un ambiente LoFi resulta ensordecedor y complejo para el habitante de una zona rural y del mismo modo, el silencio del campo resulta soporífero para un habitante de la urbe.

Como sea, nuestra relación con el sonido, el ruido, la escucha y el silencio, es mucho más amplia y compleja de lo que solemos sopesar.


Pensemos en la siguiente frase del músico y artista sonoro John Cage: “El significado esencial del silencio es la pérdida de atención.. el silencio no es acústico… es solamente el abandono de la intención de oír”. (1951)

El proceso de escucha, entendido como la acción de oír, de percibir el sonido de una forma sensible, consciente y activa nos recuerda que a diferencia del ojo el oído carece de un sistema de párpados. Por defecto, desde pequeños, aprendemos a bloquear y filtrar de manera automática e instintiva diversos estímulos auditivos que de lo contrario colmarían nuestro sistema nervioso, el que debe sostener sin mayores interferencias nuestra sensación de seguridad y control.

Lo mismo sucede desde una perspectiva cultural; el adoctrinamiento social, la religión y el mercado moldean conductualmente nuestra escucha… de eso se tratan las denominadas “acústicas de control” y el muzak: de filtros artificiales enmascaradores y silenciadores inducidos para modular subliminalmente “que” y “cuanto” escuchamos y que tan sensibles y perceptivos somos y seguimos siendo a nuestro entorno, necesidades y continuidad existencial.


Si el silencio existe o no, si se trata de una intención, de un estado o de una ausencia, en la práctica suele ser sólo un detalle. Sin embargo, la irrupción de una carretera, de un aeropuerto o de una industria en nuestro espacio sonoro inmediato puede ser todo un problema, una perturbación categórica de nuestros ciclos y procederes habituales. De igual modo, si una fuente sonora que nos ha acompañado desde siempre deja repentinamente de sonar -como sucedió en Curacautín con el pito de la fábrica Mosso- también se modifican y afectan para siempre nuestra relación con el territorio y los procesos identitarios y representacionales que continuamente (re)elaboramos como individuos y sociedad.


He aquí el asunto.-



© Jorge A. Olave Riveros, 2009.



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Noisesion:






Geo 44.11_ Instalación Sonora:



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